miércoles, 8 de julio de 2015

2. La Tensión Puede Matar (4a parte)

2. La Tensión Puede Matar (4a parte)
George Vandeman
    Cada día que pasa se hace más profunda mi convicción de que nuestra reacción ante el stress es a menudo, si no invariablemente, dictada por la actitud interior, la filosofía básica de la vida que nos controla. ¿Qué consideramos importante? ¿Qué es lo que realmente vale la pena ante nuestros ojos? A nuestro modo de ver, ¿ante cuáles estímulos vale la pena reaccionar, y ante cuáles no?
    La ilustración siguiente expresa con claridad lo que quiero decir. Hace algunos años, Sidney Harris relató en el periódico Daily News, de Chicago, que en una cierta ocasión acompañó a un amigo suyo , cuáquero de religión, hasta cierto puesto de periódicos. El amigo compró un diario y le agradeció cortésmente al muchacho que lo atendía. Por toda respuesta recibió un gruñido.
    -Maneras solemnes las del muchacho, ¿verdad? -comentó el señor Harris.
    -Sí; así se porta todas las noches
    -Pero a pesar de todo, me di cuenta de que usted se portó especialmente cortés con él.
   Y el amigo cuáquero replicó:
    -¿Por qué habría de permitir que él decida la forma en que yo debo de actuar?
    ¡Qué filosofía! ¿Por qué habría de permitir yo que la gente -o las cosas- decidan cómo he de actuar, cómo he de reaccionar, cómo me voy a sentir -qué clase de día o de velada social voy a pasar? ¿Por qué habría yo de permitir que un conductor descortés -o una luz roja inanimada- eche a perder mi día? ¿Por qué habría de permitir que un extraño brusco -o un amigo atolondrado- (sin siquiera darse cuenta de ello, desde luego) eleve mi presión sanguínea o arruine mi viaje de placer?
    Vale la pena pensar en esto, ¿verdad? Es una idea digna de probar. ¿Será posible que el stress y la tensión puedan ceder ante un tratamiento tal?
    Algunos de nosotros generamos tensión a partir de las posibles catástrofes del mañana. Y a lo mejor hay buenas razones para preocuparnos. Puede ser que de veras se cierna una espada sobre el mundo. Quizás existe algún dedo pronto a deslizarse sobre un gatillo nuclear. Es posible que el futuro traiga una recesión económica. A lo mejor nuestro hijo Juan no pasará el examen. ¡Hasta es posible que lo suspendan!
    Pero la paz mental no depende de la tranquilidad del mar en que navegamos. La paz mental no es algo que logramos solamente al tenerla seguridad de que ninguno de esos temibles desastres se materializará. La paz mental no consiste en tener informes fidedignos de que ninguna bomba -literal o no- estallará. La paz mental verdadera radica en saber que la mano de Dios, esa mano que guía las raudas esferas en sus órbitas, sostiene también a éste mundo, y nos sostiene a nosotros.
    Catalina Marshall descubrió cómo aplicar estos conceptos en forma práctica a su vida personal, cuando dejó de darle instrucciones a Dios a cerca de qué hacer, y aprendió a orar lo que llamó la plegaria de la renuncia: "Señor, aceptaré cualquier cosa que tú desees hacer conmigo". 
    Job, el patriarca de antaño, había expresado lo mismo, miles de años antes que Catalina Marshall lo hiciera: "He aquí, aunque Él me matare, en Él esperaré".
   ¡La libertad de la tensión no consiste en navegar en aguas tranquilas, sino en poseer un alma serena, que ha puesto su confianza en Dios!

No hay comentarios:

Publicar un comentario