2. La Tensión Puede Matar (1a Parte)
George Vandenman
Nos prometemos que el día de hoy será diferente. Será un día sin tensión ni alboroto, sin aturdimiento ni agitación. Nos mantendremos en calma, serenos y sosegados, con lo cual pasaremos el día sin tropiezos.
En cambio, despertamos y nos encontramos con un mundo de nervios destrozados, sonidos ensordecedores y compromisos ineludibles. Nuestro péndulo emocional oscila entre la paz y el pánico, nos lanzamos a una competencia frenética contra el reloj, recibimos el impacto reconcentrado de la tensión, y cada golpe nos hace vacilar un poquito.
¿Es lo anterior una descripción de tus días, estimado amigo?
Es probable que así sea. Nuestra vida transcurre bajo el tic tac de un detonador universal. Hemos permitido que presiones antinaturales y peligrosísimas nos atrapen. Nos disgustamos si al querer entrar a un edificio, perdemos un solo compartimento de una puerta giratoria. Hemos comprimido nuestras vidas en cápsulas de alta velocidad, las cuales resultan indigestas. Y el costo de todo esto es altísimo.
¿Hay alguna forma de vivir con serenidad en ésta clase de mundo? ¿Cuánto podemos soportar? ¿Podrá resistir nuestro cuerpo la tensión en medio de la cual hemos sido lanzados? El esfuerzo constante puede matarnos. ¿Pero es necesario que suceda eso?
Allá por el año 1925, un joven estudiante de medicina de la Universidad de Praga, al cual el arte de sanar llenaba de entusiasmo, notó algo que muchos otros médicos habían notado antes que él, a saber, que hay ciertos síntomas comunes a gran cantidad de enfermedades, por lo cual contribuyen muy poco a la exactitud del diagnóstico. Por ejemplo, el hecho de que un paciente se sienta enfermo, tenga una fiebre leve, haya perdido el apetito y experimente algún dolorcillo aquí y allá, no es de ninguna ayuda para que el médico pueda descubrir la enfermedad.
El joven Hans Selye era demasiado nuevo en la profesión médica como para darse cuenta de cuán risible podía ser su pregunta a oídos de los facultativos de mayor experiencia -si es que alguna vez se atrevía a formularla. Pero continuó preguntándose por qué los médicos, desde el comienzo de la medicina, solían dedicar toda su atención a comprender los síntomas específicos de cada enfermedad, y nunca se habían preocupado de comprender en qué consiste el mero hecho de estar enfermo.
¿Qué hace que la gente se enferme -no con neumonía, escarlatina o sarampión, sino simplemente que se sienta enferma? ¿Por qué no podrían aplicarse a la solución del problema los métodos e instrumentos de investigación científica?
Esa pregunta que surgió en la mente despierta de un joven pionero fue el comienzo de una vida dedicada a la investigación, que resultó en una contribución valiosísima para la humanidad -la mejor comprensión del stress a que nos somete la existencia.
EL stress es simplemente el uso y desgaste que experimenta nuestro organismo durante la vida. Es lo que la existencia nos causa. El stress no es provocado necesariamente por algún problema que se precipita sin aviso cobre la mente y el cuerpo del ser humano. Puede causarlo el simple hecho de cruzar una calle de mucho tránsito, leer con luz insuficiente, el llanto de un bebé, en fin, una variedad interminable de hechos cotidianos -aun la alegría.
No es posible evitar completamente el stress. Pero sí es posible, y muy importante, ajustar nuestra reacción ante él, fortalecer las defensas del organismo contra su acción.
La ciencia médica sabe hoy que muchas enfermedades son causadas mayormente por errores en la forma como el cuerpo reacciona ante el esfuerzo, en vez de ser causadas por gérmenes, tóxicos o cualquier otro agente externo.
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