¿Vas a morir papá? (1era parte)
George E. Vandeman
Una antigua leyenda habla de un monasterio portugués que había sido construido en la cubre de un risco de cien metros de altura. los visitantes eran atados en el interior de un enorme canasto de mimbre, y luego eran levantados hasta la cumbre por medio de una vieja y raída cuerda. en cierta ocasión cuando un visitante se estaba acomodando en el interior de la cesta para descender, pregunto ansioso:
-¿Cuán a menudo reemplazan ustedes la cuerda vieja por una nueva?
-Siempre que la vieja se corta- replico uno de los hombres con toda calma.
Arriesgado, peligroso. ¡Cómo si voláramos a través de la vida sujetos de una cuerda raída, pronta a cortarse!
¡Deslizándonos! ¡Llegando a penas a destino! Llegando a penas con la ayuda de un número excesivo de tazas de café, de una cantidad inútil de cigarrillos, demasiada energía nerviosa artificial -y demasiado poco sueño, recreación, distracciones y alegres retozos.
Desperdiciando energía por valor de cinco pesos en un problema de cinco centavos. ¡Individuos tensos, de rostros demacrados, que no pueden decidirse a cerca de si tomar benzedrina e irse a una fiesta, o si tomar seconal e irse a la cama!
En ésta época atropellada y confusa, de energía atómica y de aviones de reacción, de velocidad y espasmo, dedicamos poco de nuestro tiempo a vivir en forma sana. Nos precipitamos por el camino de la vida moderna hasta que nuestra salud desaparece. Y entonces debemos pagar nuestra locura con nuestro dinero y nuestro tiempo. Demasiado tarde descubrimos que cuando la cuerda se corta, no puede ser reemplazada. ¡El Creador nos dio tan sólo una!
Ahora bien, todos sabemos, desde luego, que algún día la cuerda se romperá. Al fin y al cabo, a todo ser humano le llega su hora. Pero cabe preguntarnos lo siguiente: ¿Es imprescindible que se corte tan pronto?
Cierta obra publicada, cuyo tema es la seguridad de los viajes aéreos, se titula: No importa dónde usted se siente. Me dio la impresión de que el autor considera que hay tantas posibilidades de que suceda un desastre en el aire, que si uno llega salvo y sano a su destino, se lo debe únicamente a su buena suerte. Se dedica a ridiculizar la idea de que los pasajeros que viajan en la sección de cola están más seguros que los otros. A pesar de la erudita presentación de los hechos que realiza el autor, tanto a favor como en contra , obtuve la impresión de que en su pensamiento influyó, por lo menos en cierto grado, la idea fatalista de que cuando a uno le llega el turno, no hay modo de evitarlo.
Desgraciadamente, mucha gente extiende esa filosofía fatalista, no sólo a los viajes de avión, sino a todos los aspectos de su vida. No importa dónde uno se siente. No importa cómo uno viva. No importa como uno se alimente, o beba, o fume. No se puede evitar el destino. Cuando a la cuerda le llega el momento de cortarse -de acuerdo con los dictados de algún misterioso computador fatalista- ésta se cortará sin remedio. De modo que, ¡a vivir como se nos dé la gana, hasta que nos llegue el turno!
He de confesar que no creo en este asunto de suerte. Creo en una providencia divina. Mi Biblia me asegura que ni siquiera un gorrioncillo cae al suelo sin que Dios lo sepa; ¡con cuánta mayor razón se mantendrá al tanto de los destinos de los pasajeros de las líneas aéreas! No puedo aceptar que cuando alguna persona que se halla bajo la influencia del alcohol hace que su automóvil se precipite barranco abajo, lo haga porque en alguna ruleta mística se marcó su número. Tampoco puedo culpar la voluntad de Dios cuando veo a un semejante descender a una tumba que él mismo cavó con sus propios dientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario