viernes, 26 de junio de 2015

1.¿Vas a morir papá? (4a parte)

1.¿Vas a morir papá? (4a parte)
George Vandeman

   Ahora bien, permíteme preguntarte lo siguiente: esta liberación maravillosa de toda enfermedad, ¿se debió enteramente a un milagro divino? ¿Constituyó simplemente una recompensa arbitraria? ¿O estuvieron los israelitas tan libres de enfermedades, a lo menos en parte, debido a la cuidadosa atención que dedicara la preservación de su ambiente?
    Es evidente que hay mucho que podemos hacer con el fin de evitar la enfermedad y la muerte. Después de todo, no es una ruleta mística lo que controla nuestro destino. Tampoco lo hacen las estrellas. Por supuesto que tiene mucho que ver el asiento que ocupamos: si permanecemos demasiado tiempo sentados a una mesa recargada de alimentos, o si dedicamos mucho tiempo a descansar en nuestro sillón favorito en vez de salir a caminar, cultivar un jardín o construir un bote.
   La hijita de Jaime Hampton, de cuatro años de edad, había estado mirando la televisión. De pronto miró a su papá cara a cara y le preguntó: "Papá, ¿tú también te vas a morir?"
    Las niñitas de cuatro años pueden hacer preguntas muy inocentes, encantadores e irresistibles. ¡Si lo sabré yo!
    Durante algunos momentos Jaime Hampton no supo qué contestar a su hija. No se debió esto a que él ignorase que todo padre debe hallarse preparado para explicar a sus hijos qué es la muerte. si bien esto es siempre difícil, él se hallaba listo para hacerlo. Podía explicar tan bien como cualquier otro padre o madre de familia, que todo ser humano debe morir algún día. Al fin y al cabo éste es uno de los hechos invariables de la vida; es posible que nunca se lo halla comprendido, pero de todos modos se lo acepta.
   Pero esta situación era diferente. La verdad es que había algo más que la muchachita dijo. Dos palabras. La pregunta completa que formuló la niña fue así: "Papá, ¿tu también te vas a morir por fumar?"
   Eso era diferente. El padre se sintió avergonzado. Había algo que él podía hacer para evitar esa clase de muerte.
    Otros muchachitos de cuatro años, en otras circunstancias, podrían hacer la siguiente pregunta, igualmente embarazosa: "¿Tu también te vas a morir por exceso de peso?"
   O cuando crecen un poco, podrían preguntarse en silencio:"¿Te iras a morir de tensión?" "¿Te matará la inactividad?"
   Las lecturas, estimado amigo, que tienes ante tus ojos, no tratan a cerca de la muerte. No son lecturas que describan lo que le sucede a la gente cuando muere. Más bien, su propósito es ayudarte a postergar el día en que tu cuerpo se corte, el día en el que tu esposo o esposa enviudezca.
   ¡Y mientras tanto- te lo prometo-, tu vida será mucho más estimulante, significativa y agradable!

jueves, 25 de junio de 2015

1. ¿Vas a morir papá? (3ra parte)

¿Vas a morir papá? (3ra parte)
George Vandeman

   De hecho, la ciencia demoró literalmente miles de años en ponerse al día. Por ejemplo, durante la Edad Media, cierta enfermedad que en ese entonces se consideraban lepra mató a muchos millones de personas. ¿Y qué logró controlarla finalmente? Los médicos no tenían nada que ofrecer. Algunos de ellos creían que se producía al ingerir alimentos demasiado calientes, pimienta o ajo. Otros creían que la causaba cierta maligna conjunción de los planetas. Entonces la iglesia intervino. Se refirió al libro de Levítico para descubrir cómo terminar con el contagio. Siguiendo el ejemplo de Moisés, segregaron a los pacientes, los excluyeron de la comunidad, y por fin la enfermedad pudo ser dominada.
    Recordemos además el caso de la "muerte negra", la peste asesina que costó la vida -según se estima- a unos sesenta millones de personas en tiempos medievales. Se aplicaron a ésta plaga las técnicas bíblicas de evitar contagios, y así se la pudo controlar finalmente.
     Hace un poco más de cien años, cierto joven doctor llamado Ignacio Semmelweis se hizo cargo de la sección de obstetricia de uno de los hospitales vieneses, centro médico en el cual se enseñaba la medicina en esos días. EL Dr. S. I. MacMillen, relata lo que ocurrió en su libro None of These Diseases (Ninguna de estas enfermedades).
    Las mujeres que fallecían eran llevadas a la morgue y allí se les practicaba la autopsia. Todas las mañanas, los médicos y sus alumnos iban a la morgue y realizaban las autopsias del día. Luego, sin lavarse las manos, los facultativos y su séquito de estudiantes se dirigían a la maternidad para hacer exámenes pélvicos de las mujeres vivas -desde luego sin guantes de látex. Una de cada seis pacientes moría. 
    El Dr. Semmelweis notó que la muerte se ensañaba especialmente en las mujeres a las cuales se les practicaban dichos exámenes. Después de ser testigo de esta dolorosa situación durante tres años, estableció un reglamento según el cual, en su sección, los médicos y sus alumnos que venían de practicar autopsias, debían lavarse las manos.
   En abril de 1847, antes de que se estableciera este reglamento, en la sección de éste médico habían muerto 57 mujeres. En junio, después de que comenzó a aplicar la regla, murió solo una mujer de un grupo de 47; en julio, una entre 84.
    Pero cierto día, después de practicar las autopsias de costumbre, los médicos y sus alumnos se lavaron las manos y examinaron a doce mujeres, una tras otra. Once de las doce desarrollaron rápidamente temperaturas altísimas y murieron. Era evidente que una infección fatal había sido transmitida desde una paciente a las otras. Se modificó por lo tanto el reglamento, de modo que desde entonces los médicos y alumnos debían lavarse las manos después de cada examen.
    ¿Aclamaron al Dr. Semmelweis sus colegas por este descubrimiento maravilloso? No. Se consideraba que el lavarse las manos constituía una molestia. Los prejuicios que se levantaron contra él lo obligaron a abandonar el hospital. Su sucesor se deshizo de los lavatorios, y el ritmo de mortalidad volvió inmediatamente a las cifras anteriores.
   Acongojado se fue a Budapest y una vez más rebajó allí el porcentaje de muertes. Pero sus colegas no le dirigían la palabra cuando se encontraban con él en los corredores del hospital. Su naturaleza sensible se dejó aplastar a tal grado por el prejuicio de sus compañeros, y por los lamentos agónicos de las madres moribundas, que su mente finalmente se quebrantó. Murió en un manicomio sin haber recibido jamás el reconocimiento que merecía en tan alto grado.
    ¡Sin embargo, miles de años atrás Dios le había dado a Moisés instrucciones detalladas a cerca del lavamiento de las manos después de tocar muertos o personas vivas infectadas!
   Sí, las leyes del antiguo Israel, dadas por Dios mismo, tan diferentes de los primitivos conocimientos médicos de ese entonces, se encontraban muy adelantadas a su época. Y fue a ese pueblo, recién sacado de la esclavitud, por largo tiempo sujeto a las enfermedades de los egipcios, y muy consciente de la inutilidad de los remedios que entonces se practicaban, al que Dios le hizo una promesa fantástica:
    "Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envíe a los egipcios te enviaré a ti; porque Yo Soy Jehová Tu Sanador" (Exodo 15:26).
   ¡Pensemos en esto! Ninguna de esas enfermedades. Y mientras Israel cumplió su parte del pacto, Dios realizó la suya. Dice David: "No hubo en sus tribus enfermo" (Salmo 105:37).

1. ¿Vas a morir papá? (2a parte)

¿Vas a morir, papá? (2a parte)
George Vandeman

   Si el control de la existencia está en manos de alguna lotería incógnita pero todopoderosa, ¿por qué los fumadores viven vidas más cortas que los que no fuman? ¿Por qué las compañías de seguros de vida consideran que un individuo que pesa más de lo normal constituye demasiado riesgo? ¿Por qué los que hacen ejercicio sufren menos ataques al corazón, y viven así más tiempo? ¿Sucede ésto tan solo por casualidad?
    La historia de la antigua nación de Israel se ha convertido de pronto en elgo interesante y pertinente, ahora que todos nos hemos convertido en seguidores de la ecología. ¿Sabías que Dios proveyó en el antiguo Israel un plan maestro, un programa piloto, cuyos principios, si se aplicaran hoy, ayudarían en gran manera a resolver los problemas relacionados con el ambiente?
    es posible que tú sepas que Dios puso al alcance de los israelitas gran variedad de leyes, preceptos y regulaciones, mientras se dirigian desde Egipto a Palestina. Es posible que hayas supuesto que todas esas leyes eran de naturaleza religiosa, y que se referían únicamente a problemas morales, o que a los más se extendían a las ceremonias y rituales de la nación. Esto no es verdad. Muchas de las leyes de Israel, provenientes directamente de Dios, estaban destinadas a proteger el ambiente.
   ¡Qué espectáculo! Seiscientos mil israelitas, con antecedentes higiénicos propios de esclavos, viajando a través de un desierto ardiente sin ninguna comodidad ni medicinas. ¡Ocasión perfecta para el estallido de una epidemia! Y sin embargo, no sucedió. O quizás debo modificar ésta declaración, diciendo que las únicas epidemias que se registran en su larga peregrinación, sobrevinieron como resultado directo de su descuido o rebeldía en seguir las instrucciones divinas.
   Es cierto que vivían al aire libre. Sin embargo, se tomaron todas las precauciones contra la contaminación del aire. No se permitía la existencia de ninguna clase de deshechos humanos dentro del campamento, y se ejerció todo el control posible en el tratamiento de dichas sustancias fuera de él (Deuteronomio 23:12-14). Esta preocupación por la limpieza constituía para cada individuo la primera línea de defensa contra la enfermedad, y era la protección de la comunidad contra la contaminación y la pestilencia. El bienestar de cada persona dependía de cuán cuidadosos fueran todos los demás en la disposición de los deshechos humanos y en su cuidado del delicado balance de la naturaleza.
   Toda persona que se hubiera puesto en contacto con enferemedades contagiosas era aislada del campamento, y se la colocaba en cuarentena hasta que ella, junto con toda persona o cosa que hubiese tocado, fuesen declarados limpios (Levítico 15:4-12). Más tarde, si en las ciudades que habitaban, había una casa que fuese declarada impropia para habitar en ella, debía ser destruída para impedir que se convirtiera en el elemento contaminador (Levítico 14:45, 47).
   Si piensas que la comprensión ecológica y los conocimientos sanitarios de los que gozaba Israel constituían simplemente un reflejo del pensamiento médico popular de ese tiempo, éstas equivocado. Allá por el año 1552 AC, poco antes de que Moisés naciera en Egipto, se escribió un famoso libro egipcio de medicina. Se lo llamaba el Papiro Ebers, y sin duda revela con exactitud los conocimientos médicos de la época. ¿Te gustaría oír dos o tres recetas de ese libro?
   "Para evitar que el cabello se vuelva gris, úntelo con sangre de un ternero negro hervida en aceite, o con la grasa de una serpiente de cascabel".
   Para detener la caída del cabello, se prescribía lo siguiente: "Cuando se cae el pelo, un remedio consiste en aplicar una mezcla de seis grasas diferentes, a saber: de caballo, de hipopótamo, de cocodrilo, de gato, de culebra y de cabra montés. Para fortalecer el cabello, debe untarse con un diente de burro pulverizado y mezclado con miel".
   Las víctimas de mordedura de serpientes venenosas recibían en aquellos días, de manos de los médicos, un "agua mágica" para beber -agua que había sido derramada sobre un ídolo especial. Y a las heridas causadas por astillas enterradas en la carne les aplicaban sangre de gusanos y estiércol de asno. Por cuanto las esporas del tétanos abundaban en el estiércol, no ha de causarnos ninguna extrañeza el que ésta enfermedad hiciera numerosas víctimas entre los que se enterraban las astillas.
   Sin duda Moisés, debido a su preparación para la corte real, debió estar familiarizado con el Papiro de Ebers, y los israelitas deben haber conocido muy bien los remedios que este documento señala. Fue a ésta clase de personas a quienes Dios reveló principios completamente revolucionarios en cuánto a ecología e higiene, principios que se adelantaban en miles de años a su época.

martes, 23 de junio de 2015

1. ¿Vas a morir papá? (1era parte)

¿Vas a morir papá? (1era parte)
George E. Vandeman

Una antigua leyenda habla de un monasterio portugués que había sido construido en la cubre de un risco de cien metros de altura. los visitantes eran atados en el interior de un enorme canasto de mimbre, y luego eran levantados hasta la cumbre por medio de una vieja y raída cuerda. en cierta ocasión cuando un visitante se estaba acomodando en el interior de la cesta para descender, pregunto ansioso:
   -¿Cuán a menudo reemplazan ustedes la cuerda vieja por una  nueva?
   -Siempre que la vieja se corta- replico uno de los hombres con toda calma.

   Arriesgado, peligroso. ¡Cómo si voláramos a través de la vida sujetos de una cuerda raída, pronta a cortarse!
   ¡Deslizándonos! ¡Llegando a penas a  destino! Llegando a penas con la ayuda de un número excesivo de tazas de café, de una cantidad inútil de cigarrillos, demasiada energía nerviosa artificial -y demasiado poco sueño, recreación, distracciones y alegres retozos.

Desperdiciando energía por valor de cinco pesos en un problema de cinco centavos. ¡Individuos tensos, de rostros demacrados, que no pueden decidirse a cerca de si tomar benzedrina e irse a una fiesta, o si tomar seconal e irse a la cama!
   En ésta época atropellada y confusa, de energía atómica y de aviones de reacción, de velocidad y espasmo, dedicamos poco de nuestro tiempo a vivir en forma sana. Nos precipitamos por el camino de la vida moderna hasta que nuestra salud desaparece. Y entonces debemos pagar nuestra locura con nuestro dinero y nuestro tiempo. Demasiado tarde descubrimos que cuando la cuerda se corta, no puede ser reemplazada. ¡El Creador nos dio tan sólo una!
   Ahora bien, todos sabemos, desde luego, que algún día la cuerda se romperá. Al fin y al cabo, a todo ser humano le llega su hora. Pero cabe preguntarnos lo siguiente: ¿Es imprescindible que se corte tan pronto?
   Cierta obra publicada, cuyo tema es la seguridad de los viajes aéreos, se titula: No importa dónde usted se siente. Me dio la impresión de que el autor considera que hay tantas posibilidades de que suceda un desastre en el aire, que si uno llega salvo y sano a su destino, se lo debe únicamente a su buena suerte. Se dedica a ridiculizar la idea de que los pasajeros que viajan en la sección de cola están más seguros que los otros. A pesar de la erudita presentación de los hechos que realiza el autor, tanto a favor como en contra , obtuve la impresión de que en su pensamiento influyó, por lo menos en cierto grado, la idea fatalista de que cuando a uno le llega el turno, no hay modo de evitarlo.
   Desgraciadamente, mucha gente extiende esa filosofía fatalista, no sólo a los viajes de avión, sino a todos los aspectos de su vida. No importa dónde uno se siente. No importa cómo uno viva. No importa como uno se alimente, o beba, o fume. No se puede evitar el destino. Cuando a la cuerda le llega el momento de cortarse -de acuerdo con los dictados de algún misterioso computador fatalista- ésta se cortará sin remedio. De modo que, ¡a vivir como se nos dé la gana, hasta que nos llegue el turno!
  He de confesar que no creo en este asunto de suerte. Creo en una providencia divina. Mi Biblia me asegura que ni siquiera un gorrioncillo cae al suelo sin que Dios lo sepa; ¡con cuánta mayor razón se mantendrá al tanto de los destinos de los pasajeros de las líneas aéreas! No puedo aceptar que cuando alguna persona que se halla bajo la influencia del alcohol hace que su automóvil se precipite barranco abajo, lo haga porque en alguna ruleta mística se marcó su número. Tampoco puedo culpar la voluntad de Dios cuando veo a un semejante descender a una tumba que él mismo cavó con sus propios dientes.

miércoles, 10 de junio de 2015

Jesús te llama tal como eres



Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador […]. Pero Jesús dijo a Simón: NO temas; desde ahora serás pescador de hombres. (Lucas 5: 8, 10).

Es posible que ya hayas decidido seguir a Cristo, convertirte en un cristiano, en un discípulo suyo, y en un siervo de su voluntad y de su misión. Pero, es posible también que algunos factores te amedrenten y te impidan hacer una total entrega a Jesús. Es probable que, principalmente, te sientas indigno: “¿Cómo yo, que soy un pecador, que tengo tantos defectos, voy a llevar el nombre de Cristo, y además vaya a servirlo hablando de el a otros, cuando me equivoco tanto y soy un ser tan defectuoso?”

Esto, al parecer, le sucedió a Pedro, cuyo nombre original era Simón.

Pedro queda conmovido por la pesca milagrosa que pudo realizar gracias al poder de Jesús, a pesar de haber estado intentando pescar toda la noche, infructuosamente. Jesús se ha metido en su propio terreno, ha invadido con su amor y su poder su vida cotidiana, sus cosas más entrañables, y Pedro intuye que Jesús puede transformar todo lo que toca, tan solo con su “palabra”, que es vida, amor y poder. Por contraste, advierte su insignificancia ante la magnificencia de Dios, toma conciencia de su pobre humanidad, de su condición pecaminosa, y entonces le dice a Jesús: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (vers. 8).

Pero Jesús le contesta con la invitación que también nos hace hoy a nosotros, a pesar de nuestra pobre condición, con todo lo que eso implica: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (vers. 10).

Sí, es a hombres de carne y hueso como tú y yo; a seres limitados, propensos al mal, cuya condición humana luego de la caída es errática, a quienes Jesús llama para que sean sus discípulos y sus servidores entre los hombres. Los llama para que proclamen que hay un Salvador maravilloso, que dio su vida por todos, que los ama, que está intercediendo en los cielos por ellos, y que pronto vendrá para llevarlos a su reino eterno de amor y paz, donde no existirán el mal, ni el dolor ni la muerte. Él te llama a ti a servirle y a ser pescador de hombres.

Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El Tesoro Escondido”
Pablo Claverie