lunes, 10 de agosto de 2015

3. Postrados por la Fatiga (4a Parte)

3. Postrados por la Fatiga (4a Parte)
George Vandeman

     Dediquémonos ahora a la mente. La depresión produce cansancio.  Es probable que más casos de fatiga se deban a la depresión que ninguna otra causa. Y la tristeza produce cansancio. La ansiedad también nos hace sentir cansados. El descontento, la desconfianza, las preocupaciones, el temor, el dolor, los problemas en el hogar- todo esto quebranta nuestra energía vital e invita no sólo fatiga sino también enfermedad y muerte.
    Por otra parte, la fuerza contagiosa del valor, la esperanza y la fe ayuda a promover la salud y prolonga la vida. Dijo el sabio: "El corazón alegre constituye buen remedio" (Proverbios 17:22).
     Nos causa sorpresa comprobar que la ira y el odio producen cansancio. Pero el amor renueva. El amor rejuvenece. El amor sana. Y todo el organismo siente el toque de una nueva vitalidad. Cierto escritor que merece toda mi confianza, declaró:
     "El amor que Cristo difunde por todo el ser es una fuerza vitalizadora. Todo órgano vital -el cerebro, el corazón, los nervios- sana a su toque. Por su intermediario se activan las más altas energías del ser. Libera el alma de culpa y tristeza, ansiedades y cuidados que aplastan las fuerzas vitales. Lo acompañan la serenidad y la calma. Implanta en el alma una energía que ningún elemento terrenal puede destruir".
    Jesús aconsejó: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". ¿Será entonces que estas palabras no son tanto un mandamiento como una receta? ¿Será entonces la alternativa: ama, o perece?
    Sí, la culpabilidad nos cansa. La culpa aplasta las fuerzas vitales. Desequilibra la mente. Más de una mente ha sido impulsada a la locura por las incisivas y repetidas acusaciones de la conciencia. La culpa, si es ignorada durante mucho tiempo, envenenará las fuentes de la vida. La culpabilidad puede ser mortal.
    Se muy bien que Sigmund Freud, a pesar de su calidad de pionero de las ciencias mentales, declaró en cierta ocasión que Dios había hecho un trabajo descuidado al hacer la conciencia. Vio por todas partes los efectos desoladores de la culpabilidad, y no comprendió. Procuró sanar la fiebre echando el termómetro a la basura. De la misma manera, muchos seguidores de Freud han procurado sanar la culpabilidad haciendo que el individuo ignore su conciencia, transformando ésta en un "chivo emisario" para las enfermedades de los hombres.
     Pero no es tan difícil deshacerse de la culpabilidad. No es posible aquietar la conciencia con tanta facilidad. El resultado de procurar hacerlo son graves conflictos interiores.

    La culpabilidad cansa. pero el Salvador declara: "Yo tampoco te condeno: anda y no peques más". Y este hecho modifica completamente el panorama.
    ¡Descanso! ¿Quién no lo necesita en los tiempos que corren? Y podemos obtenerlo. Nuestro Señor dijo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" ( S. Mateo 11:28-30).
     Amigo, creo sinceramente que esas palabras constituyen una receta que tiene poder para tocar y transformar todo problema físico, mental y espiritual que conozcan los seres humanos. Pueden parecer demasiado simples como para ser efectivas. Sin embargo, hasta ahora nunca han fallado.
    Quizás preguntarás: "Sr. Vandeman, deseo más que nada en el mundo obtener ese descanso y esa paz mental. ¿Cómo puedo lograrlos?"
      No es ni difícil ni profundo. Está el alcance de todo ser humano. Renuncie a toda tensión. Quite toda barrera.Y permita que el Salvador lo sane.
     Y Jesús así lo hará. Hasta en un mundo como éste podrás encontrar descanso. Gracias al poder perdonador, limpiador y sanador de Cristo, es posible vivir en una fortaleza de perfecta paz. Puedes colocar tu culpabilidad, tu egoísmo, tus temores y todo lo que agote tu mente, al pie de la cruz y puedes dejarlos allí para siempre. Hazlo poniéndote de rodillas, a solas, y contando a Jesús todo lo que te preocupa, con palabras sencillas, así como si hablaras con un amigo. el escuchará tu pedido y te proporcionará la paz que buscas.

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