Honra a tu padre y a tu
madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da. Exodo
20:12.
Tú
no lo sabías, ni te diste cuenta en ese momento, pero desde que por primera
vez, con tu manecita recién nacida y endeble, en un reflejo instintivo, te
aferraste tan solo de un dedo de tu padre o de tu madre, ellos perdieron su
libertad y su autonomía. Su corazón ya no les perteneció más. A partir de
ese momento, quedó prendido de ti, dulcemente esclavizado a tu persona. Porque
si en el devenir de la vida tú te alegrarías, su corazón se llenaría de
felicidad; pero, si esta existencia terrenal te provocaría dolor, su corazón
se llenaría de angustia al verte sufrir. Tu felicidad sería, de allí en
más, su felicidad; y tu sufrimiento, irremediablemente, sería en adelante su
propio Calvario.
Solo
cuando llegues a ser padre te darás cuenta de cuán ligada está el alma de
tus padres a ti; cómo cada pena que te toque experimentar los afectará
íntimamente, del modo más hondo y lacerante. Entonces, llegarás a comprender
cuánto derroche de amor han hecho tus padres por ti a lo largo de tu vida;
entenderás que sus órdenes, sus pedidos de obediencia, no eran caprichos ni
manifestaciones narcisistas de autoritarismo, sino que eran la mejor forma que
conocían de protegerte de los peligros de la vida.
¿Han
sido infalibles tus padres contigo? Claro que no. Pero, seguramente, te han
amado con un amor entrañable, y han hecho por ti lo mejor que podían. Han
envejecido, se han llenado de arrugas mientras se desvelaban por ti cuando eras
bebé o niño y tenías fiebre por la noche; cuando experimentaste tus primeros
dolores en tu relación con tus compañeritos de colegio, han sufrido contigo;
te acompañaron mientras torpemente aprendías a andar en bicicleta, y se
angustiaron cuando te vieron caerte y lastimarte varias veces hasta que
finalmente mantuviste el equilibrio; se les ha estrujado el corazón cuando les
contabas, con lágrimas, sobre tu primera decepción amorosa; y han estado
allí, acompañándote, sosteniéndote y apoyándote en cada etapa de tu vida.
Si
todavía tienes a tus padres, ¿Por qué no los honras hoy, como te pide Dios en
el mandamiento, y sorpresivamente les das un fuerte beso en la mejilla, y un
“abrazo de oso”, diciéndoles cuánto los amas?
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie
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